Conocí
a un pequeño niño, que tenía una hermosa sonrisa, me sedujo su alegría
inexplicable, llena de júbilo, a pesar de su imponente pobreza.
No
reflejaba ser un niño triste, parecía no conocer la tristeza, su rostro no
dibuja desdicha al contrario era un niño alegre, sonriente y quizás con un gozo
ingenuo y transparente que muchos envidiaríamos tener.
Sus
zapatos sucios y empobrecidos me llamaron la atención, y me hice algunas
preguntas. ¿Cómo un niño podía usar esos zapatos en un país donde se dice no
existe la carencia?
Se
supone que no debería haber pobreza, se supone que aquí todo niño está
protegido y ayudado. ¿Dónde están sus padres?
¿Cómo
su madre puede llevarlo a la escuela día a día con sus zapatos sucios, rotos y
sin pasadores?
Vino
a mi mente tantas inquietudes, somos tan infelices y estamos rodeados de
riquezas y algunas personas gozan de objetos caros. Desperdiciamos el dinero en cosas banales,
tratamos siempre de sentirnos dichosos, acumulando cosas materiales, sin embargo,
muchas veces sentimos un gran vacío en el alma.
Corrí
a comprarle unos zapatos, sentía que esa bella sonrisa desprovista de toda
maldad humana necesitaba calzarse con unos zapatos dignos.
Me
invadió temor al dárselos, no sabía si su mamá le gustaba mi idea de que yo le regalara
unos “shoes”. Sabía que en su rostro se iba
a dibujar una linda sonrisa, donde enseñaría sus hermosos dientes blancos que contrastaban
con su piel oscura.
Es
un niño de la pobreza, pero que no ha contaminado su inocente vida que apenas
lleva cuatro años a cuesta.
Cuánta
miseria existe en la vida y ni siquiera nos interesamos. Cuántos niños los llenan de juguetes caros y
sus padres compran desmedidamente, en ocasiones estos niños no aprecian lo que
tienen, porque lo tienen todo desproporcionadamente.
Sin
embargo, existen niños que tienen que conformarse y ser felices, aunque sea con
sus zapatitos viejos.
Aquel
entonces, ese niño me dio una lección de vida. La pobreza más grande la
llevamos en el alma. Él era feliz con sus zapatos rotos, nunca perdió su
ingenua y alegre sonrisa.
No
conocía la riqueza material, todo lo que tenía era su valiosa inocencia.
No
pude entregarle los zapatos que le compré, por temor a que fuesen rechazados
por su madre.
Me
conmovió su pobreza material, pero esa pobreza me fortaleció espiritualmente,
porque en su corta edad me enseñó que la riqueza más valiosa, se la lleva en el
alma.
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